La Violencia en El Salvador: No Hay Una Solución Sencilla

El Salvador cerró el año 2015 con 6,657 homicidios, reemplazando a Honduras como la capital mundial del homicidio. Con esta cifra el país promedia diariamente más de 18 asesinatos, lo que representa un incremento del 70 por ciento en comparación al año anterior, y la convierte en la tasa de asesinatos más alta registrada en cualquier país del planeta en casi dos décadas.

Actualmente, hay escasas esperanzas de que el 2016 sea mucho mejor. El país registró 738 homicidios en enero, y el gobierno ha declarado que los niveles de asesinatos probablemente permanecerán altos a lo largo del año. A continuación, un desglose mensual de los homicidios, empleando datos proporcionados por la Policía Nacional.

Estas cifras son alarmantes, aunque únicamente incluyen lo documentado por la policía y no comprenden los asesinatos que no son reportados ni los cientos (o más) de casos de desapariciones. Esta violencia, combinada con la falta de oportunidades, ha causado que los salvadoreños huyan del país en tropel, incluyendo números cada vez mayores de mujeres y menores. Una cuestión vital y que actualmente forma parte del debate político nacional en los EE.UU., consiste en determinar si se trata de refugiados que huyen de la violencia o si son personas que migran por razones económicas sin motivos específicos para recibirasilo. En un intento por entender las diferentes fuentes y dinámicas de la violencia, el Centro para Políticas Internacionales y el Grupo de Trabajo sobre América Latina, visitaron El Salvador a fines del año pasado. Entrevistamos a periodistas, analistas, funcionarios gubernamentales, jueces, oficiales de policía, ciudadanos, activistas, agentes humanitarios, diplomáticos y académicos.

Lo que encontramos fue evidencia de un nefasto conflicto proveniente de múltiples actores y sin una solución clara a la vista: Las pandillas (también conocidas como “maras”) están actualmente presentes en cada uno de los 14 departamentos regionales del país, controlando vecindarios enteros e imponiendo a la población violencia y temor incalculables. Nuevas evidencias apuntan a la participación en ejecuciones extrajudiciales por parte de miembros de las fuerzas militares y policiales actualmente involucradas en una guerra contra las maras,. Muchos ciudadanos salvadoreños se muestran a favor de medidas militarizadas del gobierno y están pidiendo la sangre de miembros de las maras, adoptando la consigna de “liquidémoslos a todos” en la esperanza de que una vez que las pandillas desaparezcan, surgirá una especie de paz. Pero las maras constituyen un blanco en movimiento, cuyas operaciones involucran una parte sustancial de la población y que siguen recargando sus filas con muchachos jóvenes y marginalizados que han crecido en áreas donde los grupos criminales ostentan mayor influencia que el Estado.

El gobierno salvadoreño desarrolló un plan que fue relativamente bien recibido y que promete un enfoque balanceado hacia las pandillas, pero el programa cuenta con escaso financiamiento y los donantes internacionales han sido lentos en ofrecer respaldo. En las calles, la estrategia de seguridad que resulta más evidente es la de mano dura.

Como telón de fondo a todo este panorama, o quizá impulsándolo, aparecen problemas arraigados en la herencia dejada por la sangrienta guerra civil en el país, que duró desde 1980 hasta 1992. Persisten los problemas que contribuyeron al conflicto de desigualdad social y dominio de instituciones del Estado por parte de una élite, y resulta evidente que la herencia del uso de la fuerza como primer recurso aún se cierne sobre El Salvador. Las dinámicas políticas siguen siendo extremadamente polarizadas, la corrupción es rampante, la impunidad es elevada, la transparencia es lenta y la justicia es escasa. Pero pese a todos los obstáculos, debe encontrarse una salida integral y respetuosa de los derechos de las personas.